miércoles, 5 de junio de 2013

KILÓMETROS DE ILUSIÓN

Lo vivido en L’Hospitalet, el pasado domingo merece un lugar, aunque sea tarde, en esta bitácora, que,a lo largo de su existencia, no ha habido semana en la que no se acordase del Club Deportivo Tenerife.

Desde que comenzó el fin de semana, Las calles catalanas lucían blanquiazules. Por cualquier esquina se escuchaba ese dulce acento que los de las islas nos gastamos. Todo estaba preparado. La ilusión había volado miles de kilómetros para conseguir el ansiado objetivo. Desde Tenerife, Madrid, Valencia, Reino Unido o Portugal. Daba igual si llegabas en tren, guagua o avión. Tampoco importaba si habías ido con tu séquito o te plantabas en Barcelona solo, buscando el cobijo de un hermano blanquiazul que lloraría contigo en cuanto el árbitro pitara el final. L’Hospitalet se convertiría en  una de esas ciudades para el recuerdo, para la historia birria.

El transcurso del partido ya lo conocen todos. Una primera parte sin ninguna chicha y una segunda no apta para los corazones chichas. El pitido final, que se hizo de rogar, desató abrazos, lágrimas, gritos y otras tantas emociones difíciles de explicar. No era un gran logro; para este club, era lo mínimo que se le podía pedir. Pero, después de tres años de llantos y decepciones, ¿cómo no íbamos a estallar cuando toda esta pesadilla finalmente se acababa?

En las gradas nos acordábamos de los que ya no están, de aquellos que amaban este club tanto o más que nosotros y que, por desgracia, ahora solo viven en nuestra memoria. De ella, que ya no está, pero que a la que recuerdo sus ojos brillantes cada vez que me vestía de blanquiazul. También de los que no pudieron viajar, esos con los que acostumbramos a fundirnos en un eterno abrazo en el Heliodoro un domingo cualquiera al celebrar un gol, con los que compartimos lágrimas hace un año al perder contra la Ponferradina.

Porque este equipo mueve, y mucho. Un míster entregado, que no quiso formar un equipo de estrellas, sino de buenos amigos que buscaban un mismo fin. Unos jugadores que, como en el patio del cole, querían ganar cada encuentro que disputasen. Ellos, los más felices de todos, los artífices de esta hazaña.

Pero, con mi espíritu periodístico, tampoco me  puedo olvidar de los que nos han contado todo esto. De los que a través de las ondas, de la tele, o las páginas de los periódicos, relataban lo que ocurría en todo momento. Ell@s, igual o más blanquiazules que todos nosotros, dejaban la celebración en un segundo plano para acercar hasta el aeropuerto, Barcelona, L’Hospitalet o la Plaza del Cabildo a todas aquellas personas que por mil y una razones no podían estar celebrando el triunfo de su equipo in situ.

Un ascenso de todos. Del equipo, de los aficionados, de la prensa. Porque volver al fútbol profesional será bueno para la isla entera. Para unos medios que han trabajado con recursos limitados esta segunda B, para un club que se ha visto al borde del concurso de acreedores y que ahora tendrá una inyección económica importante. Para una afición que, sobra decirlo, es de primera.


Felicidades a todos porque, ¡HEMOS VUELTO!