Lo vivido en L’Hospitalet, el pasado domingo merece un lugar, aunque sea tarde, en esta bitácora, que,a lo largo de su existencia, no ha habido semana en la
que no se acordase del Club Deportivo Tenerife.
Desde que comenzó el fin de semana, Las calles catalanas
lucían blanquiazules. Por cualquier esquina se escuchaba ese dulce acento que
los de las islas nos gastamos. Todo estaba preparado. La ilusión había volado
miles de kilómetros para conseguir el ansiado objetivo. Desde Tenerife, Madrid,
Valencia, Reino Unido o Portugal. Daba igual si llegabas en tren, guagua o
avión. Tampoco importaba si habías ido con tu séquito o te plantabas en
Barcelona solo, buscando el cobijo de un hermano blanquiazul que lloraría
contigo en cuanto el árbitro pitara el final. L’Hospitalet se convertiría
en una de esas ciudades para el
recuerdo, para la historia birria.
El transcurso del partido ya lo conocen todos. Una primera
parte sin ninguna chicha y una segunda no apta para los corazones chichas. El pitido final, que se hizo de
rogar, desató abrazos, lágrimas, gritos y otras tantas emociones difíciles de
explicar. No era un gran logro; para este club, era lo mínimo que se le podía
pedir. Pero, después de tres años de llantos y decepciones, ¿cómo no íbamos a
estallar cuando toda esta pesadilla finalmente se acababa?
En las gradas nos acordábamos de los que ya no están, de
aquellos que amaban este club tanto o más que nosotros y que, por desgracia,
ahora solo viven en nuestra memoria. De ella, que ya no está, pero que a la que
recuerdo sus ojos brillantes cada vez que me vestía de blanquiazul. También de
los que no pudieron viajar, esos con los que acostumbramos a fundirnos en un
eterno abrazo en el Heliodoro un domingo cualquiera al celebrar un gol, con los
que compartimos lágrimas hace un año al perder contra la Ponferradina.
Porque este equipo mueve, y mucho. Un míster entregado, que
no quiso formar un equipo de estrellas, sino de buenos amigos que buscaban un
mismo fin. Unos jugadores que, como en el patio del cole, querían ganar cada encuentro que disputasen. Ellos, los más
felices de todos, los artífices de esta hazaña.
Pero, con mi espíritu periodístico, tampoco me puedo olvidar de los que nos han contado todo
esto. De los que a través de las ondas, de la tele, o las páginas de los
periódicos, relataban lo que ocurría en todo momento. Ell@s, igual o más
blanquiazules que todos nosotros, dejaban la celebración en un segundo plano
para acercar hasta el aeropuerto, Barcelona, L’Hospitalet o la Plaza del
Cabildo a todas aquellas personas que por mil y una razones no podían estar
celebrando el triunfo de su equipo in
situ.
Un ascenso de todos. Del equipo, de los aficionados, de la
prensa. Porque volver al fútbol profesional será bueno para la isla entera.
Para unos medios que han trabajado con recursos limitados esta segunda B, para
un club que se ha visto al borde del concurso de acreedores y que ahora tendrá
una inyección económica importante. Para una afición que, sobra decirlo, es de
primera.
Felicidades a todos porque, ¡HEMOS VUELTO!