miércoles, 19 de febrero de 2014

Culpable

Llevo un tiempo mareando la perdiz, con ganas de escribir de un tema que no hay día que no acabe con mi paciencia: la culpabilidad del periodista. Y es que, señores, parece que los que nos dedicamos - o aspiramos- a contar cosas, somos, en realidad, los que construimos un mundo que, por desgracia, cada vez está más loco.


Da igual si escribes de política, deporte o cultura. Da igual si sales en radio, televisión, prensa escrita o fue que lo comentaste con tu suegra en la cocina. No importa. Digas lo que digas, mañana serás culpable. Y ojo, peor aún, si lo que haces es omitir información.

Me pregunto, desde mi humilde posición y mirando los toros desde la barrera, cuanta culpa tiene el periodista de a pie, el redactor que barre las calles, de que una u otra cabecera hable, o no, de lo que pasa en Venezuela.

Probablemente, tenga la misma culpa de ese silencio que aquel que, moviéndose en un ámbito más local, conoce los tejemenejes que alcaldes y concejales se traen, pero que no puede publicar en su artículo si al día siguiente quiere volver a ocupar su sitio en la redacción.

Me dice siempre un buen amigo que, para él, es el periodista tan importante en la sociedad como lo es un médico. Que somos imprescindibles, que sin nosotros, la democracia no sirve para nada. Por eso, cuando se nos culpa a los que estamos en la base de contar o no contar vete tu a saber qué historias, me da a mi por comparar.

Supongo que cuando los recortes se hacen en sanidad, nadie abre el twitter y se la lía a los médicos que le atendieron esa mañana en el centro de salud. Igual con educación. ¡Cuántas protestas - y efectivos policiales- se habría ahorrado Wert si fuera así, si alumnos y padres se quejaran directamente a los maestros!. Por esta razón, cuando me tocan mi debilidad, me pregunto por qué nadie se cuestiona cuál es el margen de libertad que esos trabajadores de la información tienen para publicar lo que saben, y, directamente, se va a por ellos.

En estos días, en los que los PedroJotas y compañía están tan de moda, en los que el periodista son más noticia que los propios hechos, me pregunto por qué si un médico no te receta por el seguro el medicamento que necesitas lo hace "porque tiene que comer" y si un periodista no publica un dato porque los de arriba "no lo dejan", está siendo un impresentable.

Me pregunto, asimismo, si la nevera de los que se quejan de los sueldos pero no dicen ni mu se llena con valentía, o, tristemente, levantándose cada mañana y asumiendo condiciones penosas.

Y es que, está claro, no lo deberíamos permitir. Estamos aquí para contar lo que pasa, como pasa y sin que nadie nos diga como lo tenemos que hacer. Pero no. Seamos realistas. Vivimos de una publicidad que llena más páginas que los propios contenidos, de unos anunciantes que te pedirán que tengas ojo, y tu le harás caso si quieres que tu plantilla cobre a fin de mes.

A pesar de ello, a pesar de la vergonzosa sumisión a la que la mayoría de medios se encuentran sometidos, siguen volando por los aires puestos de trabajos y hablar de un ERE, a día de hoy, es lo más normal del mundo.

Algo habremos hecho, o no, para que medios "respetables" como El País publiquen perlas como la de los 30.000 negros. Algo está pasando cuando, encima de no tener trabajo, los que lo tienen, están limitados por directores, comisiones y demás cargos. Igual de ellos si nos tenemos -los ciudadanos de a pie- que quejar, y no del mandado que va a trabajar al Congreso y no lo dejan preguntar.

Luchemos. Luchemos los que vemos esto más que un trabajo como un modo de vida. Luchemos los que, periodistas o no, tienen unas condiciones precarias. Quizás, si todos arrimamos el hombro, el mundo comienza a ver un poquito de luz. Igual hay más culpables...


PD: Y como se que para gustos colores... ¡espero sus opiniones!

domingo, 9 de febrero de 2014

La ilusión, ni tocarla.

Llegó el día. Las voces se afinan, los pitos y trompetas no paran de sonar entre un sinfín de nervios. La fantasía, perfecta, brillante. Sin ninguna arruga. Con todas las lentejuelas en su lugar. El maquillaje, también ensayado, solo será óptimo si se corona con la mejor de las sonrisas.


Llegó el día. Después de muchos meses de trabajo, las primeras murgas se subirán al escenario del cuento, en el Recinto Ferial, en una nada habitual fase de domingo. La primera de cuatro, donde la crítica, el humor y la ironía, seguro no faltarán.

Comenzarán a entonarse las primeras letras, los pasacalles pondrán los pelos de punta de los asistentes y el trabajo de un pueblo será al fin reconocido.

Aunque no todo es tan bonito. Por desgracia. Los meses de trabajo, de grandes y pequeños, se han visto empañados por una cuestionable gestión de los que mandan, de los que, queriendo o sin querer, dejan tocado a un Carnaval que si es tan grande es porque lo hace la gente de a pie. Sin sambódromo, ni un lugar hiper especial donde los que pueden se sentarán a ver a 'los elegidos bailar'.

El Carnaval de aquí es el que lo vives de la San José a la Weyler, el del punto de encuentro de la calle Castillo y los Sigan Bailando de la Plaza del Príncipe. Del que viene de Granadilla o Icod al que se queja porque le mean el portal en el centro de Santa Cruz.

Desde el que empieza a prepararlo en agosto hasta el que se anima solo para vivirlo en la piñata. Del que se afinca en el Recinto con las murgas infantiles y abandona solo cuando sale la cabalgata, hasta el que a miles de kilómetros sufre porque un año más no puede venir a su tierra a pintarse el pelo con un spray rosa.

La polémica por aforos, la falta/regalo de entradas, la distinción entre 'clases' de grupos... Hablarán, discutirán, irán a por nuestro bien más preciado. Pero es su mes, nuestro mes, y nadie lo arruinará.
Porque harán lo que quieran, pero la ilusión, ni tocarla.

¡Feliz Carnaval, chicharreros!